domingo, 30 de mayo de 2021

“Ciudadanía” 09 02 2018

“Ciudadanía”

 

Albert cruzó el arroyo Maldonado hacia la ciudad de La Plata o lo que quedaba de ella. Aún quedaba escalar los escombros de la loma que se interponía entre él y la libertad. Giró hacia atrás un segundo, al chaperío de los ranchos y ruinas desde la orilla hasta el horizonte, las columnas de humo, el olor a carne y pelos quemados, los gritos de animales y  niños. 

“Adiós”, se dijo sin suspirar.

“Adiós”, repitió. Intentó justificar el sacrificio que podría representar su aventura. Habían pasado doce años desde que se hizo evidente la invasión, primero una sombra de medidas gigantescas y de forma humanoide eclipsó de manera parcial al Sol. Giraba lenta en la estratósfera en un baile que hizo llover satélites, con todo lo que eso representaba. En los pasquines la llamaban La Dama, aunque por los suburbios se la conocía como La Señora.

Los invasores trajeron tecnología que hacía crecer vegetación donde no la había, que curaba enfermedades terminales y que simplificaba trámites y desacuerdos. Detectaban ese ADN único desde sus receptores e influían en el campo electromagnético  de cada humano en particular. Pero para Ciudadanos y Basuras ellos eran una voz en la radio, un identikit difuso, accedían a reportajes breves y guionados. Dividieron a la Humanidad en Ciudadanos útiles y Basura inútil. Sin rodeos identificaron las ocupaciones de descarte.
“¿Quiénes sobran en esta sociedad?”, preguntaba el periodista, la gente respondía vía telefónica.

Administrativos, políticos y banqueros fueron desterrados de las ciudades y con ellos todo aquél que quisiera acompañarlos. Siguieron los servidores públicos y los albañiles, ya que la robotización de sus puestos los hacía prescindibles. No era una expulsión, lo llamaban “El Éxodo”, darle el lugar que corresponde a cada Ciudadano y Albert formó parte de la tercera ola, y no la última, del Éxodo, la de los comerciantes. “Hubieras estudiado”, le dijo un amigo y le hizo entender que la Humanidad se había extinguido.

“¿Quiénes sobran en esta sociedad?”, preguntaba el periodista, y un día la gente respondió: “Los periodistas”. Fue terrible lo que les ocurrió luego a esos hombres y mujeres.

Así se conformaron ciudades y basureros con límites claros, si una basura quería entrar a la ciudad era señalado y castigado, si un ciudadano ingresaba al basurero se lo consideraba desplazado y no podría volver a la ciudad. El alimento básico se enviaba a través de una vía y el agua seguía fluyendo a través de ductos protegidos por autómatas.

Con esas reglas claras los ciudadanos con poder se debatían formas de atormentar a aquellos a quienes consideraban un cáncer, y teniendo todo tipo de artilugios a su alcance sugerían a los invasores una u otra manera de dispensar horror y dolor. Al principio fueron hologramas de grotescas figuras, arañas gigantes, fantasmas, muertos vivos, luego ácido lisérgico a través de los ductos de agua y ratas en la vía de alimentos y las combinaciones posibles hasta el aburrimiento de un lado y del otro.

En el cielo el movimiento nocturno indicaba que algunos satélites habían vuelto a funcionar, también se solían ver hermosos remolinos de algún tipo de gas que quedaba brillando en la noche por largas horas. Como broma, quizás, por las noches dejaba de sonar la cumbia en la radio para pasar viejos relatos de fútbol de los años ’90, pero no cualquier partido, eran partidos terminados en 0 a 0, la mayoría de Ferro, Español o Platense.

Año tras año la interacción se vio menguada, algunos valientes se lanzaron a cruzar hacia la ciudad, pero no volvían. Cada tanto, con el viento Norte, llegaba el chasquido de un disparo.

Albert se sacudió, algún pibe le gritaba al otro lado del arroyo, “… me voy solo”. A unos kilómetros se levantaba la única torre intacta de la Catedral. Subió la loma sin precauciones y no se sorprendió al ver que toda la Ciudad de La Plata era ahora un inmenso loteo de ruinas.

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