— ¡No puedo atinar, Sargento!
— ¡Hágalo, es una orden!
El francotirador apuntó de nuevo y
disparó una y otra vez, pero erró los
dieciocho tiros. El diminuto objetivo
continuó corriendo entre las ruinas de
la casa y rescató a su muñeca.
El Sargento agarró al subordinado del
cuello, le presionó el pecho y el pecho
se abrió.
— ¡Aquí está el problema!
Metió el brazo en las entrañas y quitó
el fusible de cristal que contenía un
humano quebrado y seco. En tres
segundos instaló un fusible nuevo,
cerró la abertura y rompió el fusible
viejo contra el piso.
—Ahora sí, soldado. ¡Dispare!
En revista digital MiNatura 120
Ilustración original por Eduardo francisco.
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