Ana decidió dormir. Besó la cruz. Se puso el pijama. Dejó una lámpara encendida. Respiró profundo y se acostó. A su lado, Máximo daba la espalda. Los ojos de Ana siempre fueron negros, reflejaban todo, en ellos la lámpara se duplicaba, la luz bailaba y jugaba con la noche del interior del cráneo. Ana, después de lustros, se preguntó: ¿por qué?
Quizá dejaba la luz encendida para saber que Máximo estaba ahí o tal vez Máximo estaba ahí porque ella no cerraba los ojos.
La oscuridad está siempre, si no se enciende la lámpara. Todo está quieto si no es movido. La oscuridad y la quietud serán por siempre, Ana siente que debe comprenderlo. Oscuridad es soledad y quietud es muerte.
Máximo ya cerró los ojos y en la ciudad hay alguien que se mueve en círculos, siempre hay alguien y todos nos movemos en círculos, lo importante es creer que avanzamos, por eso tenemos relojes.
Quizá Máximo no exista así como ella lo está viendo, tal vez la cruz deje su clavo cuando cierre los ojos. Entonces Ana se sintió con el poder de decidir, por eso decidió dormir, hasta que la lámpara se apague sola.
Máximo ya cerró los ojos y en la ciudad hay alguien que se mueve en círculos, siempre hay alguien y todos nos movemos en círculos, lo importante es creer que avanzamos, por eso tenemos relojes.
Quizá Máximo no exista así como ella lo está viendo, tal vez la cruz deje su clavo cuando cierre los ojos. Entonces Ana se sintió con el poder de decidir, por eso decidió dormir, hasta que la lámpara se apague sola.
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