viernes, 8 de junio de 2007

Una tarde sin Sol


Una tarde sin Sol, como tantas otras, ya parece que pasaron años cuando llegó la niebla. Por las calles mojadas anda un niño con su armadura curtida por el frío y la mugre, con las manos rojas de arrastrar su propia vida.Su paso es tranquilo, sus labios hacen temblar un trino que quiere ser la música para su cumpleaños. Busca en lo que la urbe regurgita su propio alimento. Las ruedas de su carreta llevan lo que atasca la jornada.Los callejones vacíos lo compadecen. Él los mira y ve a su padre. Se detiene, se esconde y solloza.Al otro lado de la urbe, el Parlamento Negro se reúne en el observatorio, como todas las tardes, para ver que el Sol aún existe. Siempre las mismas conclusiones: la inclinación del planeta, de alguna manera, no permite que su luz llegue a este hemisferio, pronto la Luna dejará de verse también y, como siempre tiene que haber un culpable, cargaron contra Auran, la gigantesca isla artificial donde el día es día y la noche penumbra.El mundo mueve sus cristales en busca de los astros, mientras aquél niño, al otro lado de la urbe, ha muerto esperando en su propia noche.Con sus conclusiones formadas, el Parlamento Negro se dispersa, cada miembro vuelve a su cuna para encontrarse a la siguiente semana, observar las mismas estrellas y sacar las mismas conclusiones; algún día el calor y la luz volverán.



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