jueves, 18 de marzo de 2021

La miserable muerte del gato del vecino.

 Quiero aclarar antes que nada, que no odio a los animales, exceptuando aquellos que invaden mi humilde morada. Aquél viernes yo debí haber viajado a Torrevieja por negocios inmobiliarios pero el presunto inquilino rechazó mi oferta en pleno viaje, así que di la vuelta con el coche y me encaminé a casa. 

Era tal mi enojo por lo que había sido el alquiler frustrado que terminé lastimándome la muñeca de tanto golpear el volante, no me gusta gastar gasolina ni tiempo en caprichos ajenos. 

Tenía ganas de llegar a mi casa y dormir, sin comer ni ver el maldito partido de los viernes a la noche comiendo porquerías con mi señora esposa.  Así que al llegar guardé el coche, abrí la puerta  y me fui sin escalas a la cama, con la sorpresa de que mi mujer ya estaba durmiendo. No hice más que quitarme el revólver de la cintura para dejarlo en la cómoda que escuché un golpe en la puerta del guardarropa. Miré a mi mujer, estaba sudando: “tendrá pesadillas”, pensé. Cargué el revólver y entonces lo escuché, un maullido grave, alzado, cargado de malignidad. El gato de mi vecino ronda mi casa cada noche, hace de mi techo su campo de batallas y orgías, abre la alacena, rompe mis vasos, revuelve mi comida, se come las sobras y mea en lugares que no he descubierto aún. Y fui gatillado por la vena del rencor, y mientras disparaba era un espectador de un sueño, me debatía si era la mejor manera de terminar el día, una bala, una blasfemia, si se justificaba todo este daño. Mi mujer gritó con voz ahogada y recién entonces recordé que estaba allí, y me detuve. 

El gato se había convertido en mi vecino y ahora yacía a mis pies, todo parecía un sueño, incluso llevé el arma a mi corazón aunque supiera que ya no estaba cargada, además ¿quién puede quitarse la vida por un miserable gato ajeno?

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