martes, 28 de julio de 2015

La mujer sin sobacos (20 07 2015)

Luego de un verano caliente y húmedo, en el que había transpirado hasta su alma, Alicia decidió dejar de usar sus sobacos. No fue solo una cuestión higiénica, sino más bien práctica y estética. Adiós depilaciones, adiós colgajo, adiós piel negra y roja de las axilas.
Su cirujano le había advertido, pero ya subido al tren del dinero le recomendó colocarse hombros de silicona, y así fue. La mujer sin sobacos se paseaba por la calle con sus brazos abiertos, ventilándose, sonriendo cada vez que otro transeúnte le daba un abrazo. En ocasiones se sentía incómoda, pero el amor y la admiración recibidas valían la pena. Y así pasaron los días, los meses y los años. Los hombros soldaron sus brazos y la mujer sin sobacos no pudo ya bajarlos, aunque quisiera. Era una muestra de autodeterminación y entereza.
-¡Así se hace, Alicia! -le gritaba la gente.
-¡Alicia concejal! -le proponían los políticos.
Alicia sonreía pero lloraba por dentro. Su vanidad le impedía reconocer su error y volver a operarse para continuar con sus viejas rutinas.
Un día, mientras caminaba la plaza del Centro, ya no supo para dónde ir ni qué decir. Y ahí quedó. Cada tanto recibe un abrazo, una palabra de aliento, un dibujito de algún niño que la admira o un trago del vago estable de la plaza. Su figura se yergue siempre en el mismo lugar, como una anciana redentora, patrona de la fuerza de voluntad.
-¡Viva! ¡Viva Alicia!








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