Presa
Lo llamaban el penúltimo cazador, y conocía el cerro como buen baquiano, percibía las vetas de fuego invisible que iban desde la base a la cima, y con ellas se guiaba para llegar hasta la ermita.
Allí vivieron los chamanes fundadores, y, según pregonaba un edicto del pueblo, el último gran lobo, por el que ofrecían una extraordinaria recompensa, como cada noche de luna llena.
Aquellos que han intentado darle caza al lobo, no han sido los mismos desde entonces, y los que vieron al lobo jamás volvieron.
El robusto cazador había arrancado el panfleto de recompensa y murmuró: “La única diferencia entre lobos y cortesanos es que los lobos no mienten.”
Se dice desde siempre que las luces del camino y la mirada omnipotente del lobo paralizan de terror. Pero eso no impedía a tan notable cazador ocultar el gozo que le daba la faena, y sonreía mientras cantaba por dentro rituales que recitaban sus ancestros.
Recorría el sendero buscando algún refugio contra los efluvios de la luna, cuando encontró desprevenido al gran depredador de todos los tiempos, negro y tan grande como un oso, orbes de oscuridad lo acompañaban flotando sobre su lomo.
El hombre reprimía la euforia mientras apuntaba. Entonces la bestia volviendo su hocico, habló:
—Si me perdonas la vida, te concederé un deseo.
El cazador sorprendido ante tal portento, se convenció de que si un lobo podía hablar, y con tanta humildad, lógico era que dijese la verdad. Pensó entonces, qué deseo pedir, debatiéndose entre una familia feliz, juventud, banquetes, y cuando al fin lo decidía, en el momento en que hubo abierto la boca para cobrar su afán, un escalofrío en su espalda lo paralizó. Ya había tenido esa sensación tiempo atrás, todas esas maravillas trasnochadas se hundieron en el brumoso vacío del pecho, en la certeza del fracaso final.
—Deseo… —musitó mientras bajaba su escopeta— que me dejen continuar con mi camino.
—¡Que así sea! —dijo relamiéndose el monstruo, y abría paso.
El cazador esquivó la sombra del lobo para retroceder, pero fue derribado por la manada y, aún vivo, devorado.
En el festín se escuchó gruñir:
—¡Humanos! ¡Siempre tan complacientes!
Versión expandida de la presentada en "No me vengas con historias"
1 comentario:
Felicitaciones!!!!!!!!
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