lunes, 28 de abril de 2014

Niebla roja


—¡Goool!
    El alarido desde las gradas rompe la armonía de la noche. La niebla roja emana de cada poro de la multitud albiazul, se encauza cobrando fuerza y consistencia, y forma un delta que desemboca en el torbellino que rodea al jugador número veintidós de la formación local. El goleador, luego de abrazarse con sus compañeros, se cubre el ojo derecho, entonces, como si de un rayo se tratase, un chorro de niebla roja sale disparado del ojo izquierdo hacia el palco oficial. Allí, entre las sombras de otros hombres, se acomoda el presidente del club que, impactado en las cuencas de sus ojos, inhala profundo, llena sus pulmones y sus venas de la niebla roja, que se derrama también en su traje, y se inflama como un ácaro rechoncho.
   
La gente se abraza, murmura y vuelven a sus asientos. El presidente ríe a carcajadas guturales, se cubre el ojo derecho por un instante y se sacude el traje para esperar el siguiente gol.

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