—Dios no destruirá este barco —dijo desde el muelle el Obispo Diego
Gelmírez, momentos después de bendecir a la galera Voluntad de Santiago.
El capitán sonrió de soslayo y acarició la
cruz de su espada, pues había sobrevivido la última vez a los tentáculos de
Dios y a la tempestad sin ayuda de la curia. Oteaba el mar como quien busca un
camino entre tumbas abiertas. Mientras, siete vírgenes, siete niños primogénitos
y catorce ancianos dispuestos a remar, elegidos entre la comunidad por la
Iglesia, eran acomodados sobre la embarcación por dos feligreses.
A la medianoche los remos hirieron las
turbias olas entre llantos y rezos. Los vecinos iluminaron con velas y farolas la
costa en su vigilia, cuando la Luna escondió su círculo entre las nubes negras.
Pasados los suspiros, la galera se hundió
en un cielo de sombras.
Nunca más se volvió a ver a aquellos
mártires, y sus nombres fueron recordados en plegarias. Pero cada vez que se
avistan los ominosos tentáculos portadores de tormenta, un sacerdote toca la campana
y los voluntarios ofrecen sus almas en el puerto, para partir con fe por un
lugar junto a Dios.
Imágen: Famous monsters of Filmland
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