El pastor baja del monte guiándose por el firmamento, nosotros lo seguimos mientras los astros se nublan. Los perros nos arremolinan mordiendo los garrones y pugnamos por quedar lejos del borde hacia la aparente comodidad del centro.
Entonces el pastor grita hacia las sombras, los perros ladran, nosotros nos inquietamos, el lobo se arroja y mata, el cayado se rompe y ensangrienta.
Miramos aterrados esos ojos salvajes y libres mientras se empapan las fauces de grasa. Y quedamos inmóviles, jadeando ante la escena, y nos preguntamos por qué el lobo es tan parecido a nosotros, y nosotros tan diferentes a las nubes.
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