miércoles, 13 de abril de 2011
EL ÁRBOL
Sin querer ser uno más comenzó a jugar con pequeñísimas esferas desprendidas de su propio cuerpo. Así se creaban torbellinos de diferente densidad, que se unían en formas brumosas. A sus espaldas se condensaba la sombra infinita.
Las nebulosas se retorcían, nacían estrellas, planetas y vida.
La obra se desplegaba cada vez más desde la punta de los dedos, y Dios decidió descansar en aquél lugar donde las criaturas sabían sonreír y cantar. Acomodó sus huesos bajo un árbol, y ya no quiso moverse aunque los ruidos bestiales le molestaran. Gritó con ira, y su voz sólo pudo ser una brisa que acariciaba el prado. Rodeó el tronco usando sus brazos para silenciar el escenario, pero sus músculos degenerados por manipular pequeñeces no lograron moverlo.
Resignado besó la corteza y deseó el fin del mundo.
Una a una las esferas y las almas que lo constituían se fueron deshaciendo, así creó el tiempo, y hasta que el tiempo termine, él dormirá en los agujeros negros del árbol sin raíces de las galaxias.
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2 comentarios:
Preciosa pieza narrativa que parte de una idea sumamente poética.
Bien hecho amigo!!!
Patri, gracias por el empuje! besote
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