lunes, 31 de enero de 2011


El beso ultramarino.

Él la miraba desde las rocas, controlando el faro para impedir que encalle. Ella asomaba parte de su cuerpo legamoso, con la luz de la luna en su piel y el reflejo de las profundidades bajo sus ojos. Las fauces rocosas del mar ansiaban la presa y ella se acercaba imprudente a la tempestuosa bahía.

Él se preocupaba cada día más por la integridad de esa maravillosa criatura. Aunque también deseaba tenerla a su merced, para acariciarla, devoto, y saborearle el vientre. Pero no había red capaz de atraparla y el deseo, por tanto, se teñía de sangrientas especulaciones.

Así fue que llegó a sentarse en los peñascos para verla de cerca, y ella correspondía las miradas con ademanes dulces y descomunales, como besos y mimos ultramarinos.

Él esperaba de día y de noche sin importarle el clima, y en una jornada de tifones la vio asomada a la playa sacudiéndose y babeando con la boca ansiosa. Y se sintió feliz de tenerla, y la abrazó sin abarcarla, y la acarició embarrándose con algas. Ella lo besó, y lo llevó en su alma hasta las fosas abismales del mar.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Así me gusta el amor en los cuentos, que llegue 'hasta las fosas abismales del mar' Porque fijate que así es en la realidad, cuando de veras ES.

Claudio Siadore dijo...

Ella lo besó y se lo llevó. Él se acercó a la playa, a su amada.