jueves, 9 de diciembre de 2010

Avioncitos

Se hacía llamar Pipo, aunque le habían puesto Roque. Tenía cuatro años. Cantaba canciones que en su casa jamás escucharon. Decía que en una cabaña a la vera del río Limay dejó un avioncito, a un perro negro y a su hermanito Chicho, pero su familia nunca estuvo en la Patagonia. Siempre que salían de casa se le daba por mirar al Sudoeste.

Con el tiempo sus padres adoptaron un perro negro, llenaron su habitación de avioncitos y le dieron un hermano. Aún siendo tan felíz, continuaba hablando del río y de la cabaña con melancolía.
Cuando cumplió siete lo llevaron de vacaciones a Bariloche por la ruta paralela al río.

—¡Acá
!

Papá frenó el coche frente a un árbol moribundo en la inmensidad del desierto. Mamá y su hermano lo siguieron.
Acarició el árbol, recorrió su copa ladeada y retorcida con la mirada, tropezó con las raíces sin caerse. Dio media vuelta con la cabeza gacha. El hermanito se acercó, metió su manita en el agujero que dejó en el tronco una rama arrancada y sacó de ahí un avioncito de papel
amarillento escrito con crayolas, decía: "Chicho."

2 comentarios:

Unknown dijo...

Un cuento tan lindo merece un buen título...
Un abrazo

Claudio Siadore dijo...

Me olvidé de ponerlo. Gracias Patri, me alegro de que te haya gustado, abrazo!