martes, 13 de octubre de 2009

Todo es penumbra...

Todo es penumbra hasta oír tus palabras.
Tu aliento rompe tu boca en un prófugo gemido. Bajo la punta de tus dedos se derraman las sombras que protegen nuestro altar, acarician los muros del templo como una capa de niebla hasta abarcarlos.
Todo es penumbra, tus dunas se mudan ante el menor remolino y la sal que de ellas manas, secan mis gargantas hasta convertirlas en piedra.
Todo es penumbra esperando las palabras, buscando una fuente entre los pliegues de la capa y cualquier voz es un eco, cualquier paso un sismo, mas las palabras no son.
Tus ojos se abren como tres círculos en la capa, como tres milagros repentinos, como una trinidad de peregrinos. Dos ojos menguan, desaparecen en fulgores celestes y grises; el otro es un manantial que los sátiros habitan y en el que la sal se disuelve.
La humedad, los pasos y los ecos de un aliento doble hacen fluir las dunas hacia el monolito al que siempre fluyen.
Todo es arena, penumbra y humedad.
El ritual se cumple, el aliento se eleva por sobre todo lo que es de piedra para alabar a la luz.
Y ya no hay arena, no hay monolito, apenas un sismo lejano, apenas los quejidos de todo aquello que es perenne.
Tu piel, tu fuerza, tus labios.
Y mi fuerza.
Todo es penumbra hasta oír tus palabras.

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